jueves, 31 de marzo de 2016

Dibujos en el cristal





Una niña ansiosa. Una niña miraba por la ventana inquieta. Eran las ocho y diez de la mañana. Los viajes en autobús parecía que se la hacían eternos. Un contagioso bostezo hizo que otras cinco personas que allí se encontraban empatizasen con ella. 


Por su cara, debía pensar que no le compensa nada eso de ir en autobús; era un transporte demasiado lento para su gusto. Esto de que su familia tuviese en el pueblo una casa rural e hicieran una comida casi todos los fines de semana era bastante aburrido. Apenas había niños y no podía jugar con nadie, ya que su hermana era bastante más mayor que ella y los temas adolescentes, al menos de momento, no los controlaba. 


La lluvia caía sin cesar; no daba tregua a los habitantes de la ciudad.Escañaba con fuerza y la mirada de la gente se clavó en la niña con pelo castaño y empapado que ocupaba el asiento de atrás junto a una señora. Ella le hablaba sobre la comida italiana y sus secretos: que si la salsa se debe hacer con los ingredientes cárnicos, que si el queso debería ser parmesano para dar más sabor a la pasta… 


De repente, como en un impulso divino o una ola arrebatadora proveniente de las musas, la niña empezó a dibujar con su dedo en el cristal con visión opaca por culpa  del contraste entre el calor humano que impregnaba el autobús y el frío del ambiente invernal. Y como si de una artista se tratase, comenzó a diseñar un mural que pronto pudo ser descifrado. Unas cuantas claves de sol salieron de forma mágica de su dedo índice. Iba borrando y volviendo a dibujar en los espacios de cristal que aún estaban disponibles. 


Sin comerlo ni beberlo, la señora se dirigió de nuevo a la niña para reprocharle su falta de atención. La niña preguntó que cuántas paradas faltaban para poder bajarse. Deseaba bajar de ese autobús lo más pronto posible para no perderse en la televisión su película favorita: La dama y el vagabundo. La mujer de pelo canoso y gafas bastante llamativas le indicó que la siguiente parada era la suya y la niña saltó cual resorte para pulsar el botón de stop que había junto al asiento. 


    Un frenazo del conductor hizo que el nombre de la niña resonase en medio de todo el autobús alertando a sus pasajeros, mientras con un brazo se evitaba el accidente:


- ¡¡¡Juliaaaa!!!


   De repente, se despertó sudando. Ese sueño venía a su cabeza alguna que otra vez. Siempre se despertaba en el mismo instante, cuando su abuela chillaba su nombre. Puede que el sueño formase parte de su subconsciente, pero no podía evitar pensar que un mal presagio anunciaba.

jueves, 3 de marzo de 2016

Llámalo amor






En esta vida me he dado cuenta de muchas cosas, y una de ellas es que cualquiera puede hacerte sonreír. Sí, parece mentira pero es cierto. Sonreír no es igual que ser feliz y eso lo he aprendido viviendo. Solo una persona especial puede hacerte feliz y es muy importante que la encuentres. Sonará muy cursi o, quizás, muy típico, pero es lo que hay. Y muchos os preguntaréis cuál es el secreto para encontrar esa felicidad que muchas veces es tan difícil de alcanzar, de palpar. El amor. Simplemente eso. Una vez leí una cita (no recuerdo donde) que decía así: “Amor: una palabra corta, fácil de deletrear, difícil de expresar, imposible de describir, pero maravilloso de vivir”. 


Muchos pensaréis que el amor no vale la pena porque os han hecho daño o que, tal vez, el amor esté sobrevalorado. Cada uno tiene sus opiniones pero yo creo que os confundís de pleno. Puede que la mayoría crea que el amor es un sentimiento platónico que verdaderamente muy poca gente puede llegar a alcanzar, pero yo sé que existe; y algo más importante: sé que merece la pena. Puede que sea una ilusa por pensar que si dos personas están destinadas a estar juntas al fin y al cabo se van a encontrar en el camino, aunque sufran mil y un traspiés intentándolo. Pero también puede que no os hayáis sentido muy afortunados en esto del amor. Entonces primero tendríais que preguntaros: ¿Qué es el amor? 


Como antes he dicho es una palabra bastante corta y un sentimiento muy difícil de expresar. Y bien, el amor no es un “aquí te pillo, aquí te mato”, ni es “ser el perro del hortelano: que ni come berzas ni las deja comer”, ni es creer que una persona es tuya, ni creer que por ser más guapo o más delgado vas a estar más feliz con la otra persona. Quien piense así que se olvide de todo lo que le estoy hablando, porque el amor es otra cosa.


El amor es elegir a una persona y sentir que no te has equivocado. El amor es sentir que la volverías a elegir cada día y cada noche y compartir inquietudes, sueños y acontecimientos. Amor es besar con sentimiento y con pasión. Amor es abrazar con cariño. Amor es pensar con el corazón. Se ama con el alma, no con la cabeza, que no os engañen (esta frase me ha quedado muy “moñas” pero no os lo toméis a mal, soy así). 


Sé que muchos pensaréis que lo estoy pintando demasiado bonito y que también se sufre. ¡Claro que se sufre! Pero el sentimiento es inherente al ser humano, tanto el de alegría como el de tristeza. ¿Cuántas veces no habéis pasado de la risa al llanto o viceversa? ¿Cuántas veces no habéis llorado y con una sola lágrima os habéis sentido aliviados? Es un hecho. 


Pero no os engañéis: estar enamorado no se trata de que te lo digan muchas veces o pocas, sino de lo que te demuestran cada día. No os creáis palabras bonitas que se esfuman con el viento. No os creáis que una persona está enamorada de ti porque eres muy guapa o porque tienes un tipazo. Esas cosas se van y creedme cuando digo, aunque muy pocas veces me lo aplique a mí misma, que la belleza que atrae rara vez es la que enamora.


Así que hacedme y haceos un favor muy grande: nunca os rindáis. La cobardía nos hace perder muchas veces las mejores oportunidades en la vida. A todos nos han hecho daño pero hay que levantarse y seguir adelante como se pueda. No hay que dejar que la gente que nos hace daño gane. Luchad por lo que sentís sin miedo y si de verdad, después perdéis, no penséis que no ha valido la pena… tomadlo como una experiencia más en vuestra vida.