Ese día Henriette estaba preciosa, más que nunca. Parecía que
se había arreglado con esmero para esos días que íbamos a pasar en aquella
posada, en aquellos pinares que rodeaban Postdam. No quedaban ni dos minutos
para llegar. Le cogí la mano. Me sonrió y me apretó cariñosamente la mano con
la que yo le había reconfortado. Notaba que estaba nerviosa, pero yo estaba
aún más nervioso. Iba a notar que me sudaban las manos como continuase así. No
podía notar que dudaba de lo que íbamos a hacer en ningún momento, si no ella
también se arrepentiría. Ya era hora de que fuésemos realmente felices, sin
todo el materialismo que nos rodeaba. Por fin llegamos, nos bajamos del coche y
procedimos a entrar en la posada. Era bastante sencilla pero acogedora. Era el
lugar perfecto para lo que habíamos planeado. Acompañé a Henriette a su
habitación y después entré en la mía. Pedí un escritorio y unas velas y con mi
acompañante fui a dar una vuelta. Ya sabía donde tendría lugar la aventura que
viviríamos en breve.
Volvimos a la posada. Me metí en el cuarto y allí estaban las
velas y el escritorio que había pedido antes de salir. Necesitaba pensar en
todo. Necesitaba fuerzas para lo que el día siguiente nos tenía preparado. Pedí
café. Eran las cuatro de la mañana. No tenía sueño. Los pensamientos se
adueñaban de mí.
“¿Por qué tengo que vivir en un mundo tan materialista? ¿Por
qué? No lo entiendo. ¿Ahora dudo sobre mi decisión? No. No. Nunca. Sé
perfectamente lo que tengo que hacer. Pero, ¿qué me pasa ahora?”.
De repente, sonó la puerta y me levanté a abrir. El café
estaba buenísimo y aquel escritorio inspiraba a escribir. Puede que de ahí, en
menos de lo que canta un gallo, saliese una obra dramática. Al rato miré el
reloj, eran las siete. Pedí otro café. El tiempo se me pasaba volando y nunca
había estado tan inspirado. Puede que sea porque esta era la última vez que iba
a escribir. Aproveché que tenía papel y pluma para escribir a unos amigos.
Terminé de escribir y le di la carta al posadero; él ya sabía lo que tenía que
hacer con ella.
Fui a buscar a Henriette. Estaba guapísima, radiante, mucho
más que el día anterior. Tenía la idea de ir a dar una vuelta esa misma tarde y
se lo conté a mi querida Henriette. Ella creyó que era lo correcto; entonces,
cuando nos ofrecieron la comida pedimos algo ligero, así nuestros invitados de
por la noche podrían disfrutar de un buen manjar. Pedí amablemente a la señora
Stimming que nos llevara a las tres de la tarde un café para cada uno. El café
de allí estaba bastante bueno y no podría resistirme a tomar otro más antes de
que terminara todo.
Esa
mujer y yo estuvimos dando vueltas por el paisaje. Hacía frío. Cogí la mano de
ella: estaba helada. Pero, para nuestro agrado, allí estaban los cafés cuando
llegamos a la orilla del lago. Ese delicioso café sabía que iba a ser el
último. Mi acompañante pidió a la señora Riebisch que limpiara la taza y se la
volviese a traer.
“Esa
es nuestra señal. Lo sé. Pero mi pulso tiembla. ¿Por qué? No puedo fallar
ahora. ¿Qué piensa Henriette? ¿De verdad querrá hacerlo? Debe ser así. Lo hemos
planeado juntos. Pero es tan hermosa… Aunque más hermosa va a ser cuando nos
encontremos al otro lado…”.
Mis
pensamientos se vieron truncados cuando Henriette puso las pistolas sobre la
mesa. Su cara me entristecía. Por un momento sentí que ella no podía disparar
así que cogí una de las pistolas.
“Heinrich
no debes tener miedo. Aprieta el gatillo. No será nada. Solo son dos disparos.
Pero esa cara tan hermosa… Lo siento mucho… Es lo que hablamos…”.
Y
el sonido del tiro sonó en mi cabeza. No podía soportar más su ausencia.
Necesitaba estar con ella. Le eché valor y apreté el gatillo.
Si quieres leer la continuación pulsa en: La decisión de Henriette.
*Este texto se basa en un fragmento de: Marcel Brion, La alemania romántica I, (Heinrich von Kleist, Ludwig Tieck), Barcelona, Barral, 1971.
Si quieres leer la continuación pulsa en: La decisión de Henriette.
*Este texto se basa en un fragmento de: Marcel Brion, La alemania romántica I, (Heinrich von Kleist, Ludwig Tieck), Barcelona, Barral, 1971.
Genial ���� *****
ResponderEliminarMuchas gracias :)
Eliminaresta muy bien ^^
ResponderEliminarMuchas gracias :)
EliminarMorir por ella? Mucho valor le ha hechado, espero que mereciese la pena
ResponderEliminarTodo tiene una explicación. Lo continuaré para darla de alguna manera. Nada es lo que parece.
EliminarUn gusto leer este relato. De un romanticismo mórbido de esos que me gustan...
ResponderEliminarEsperaré más textos de este blog entonces. ¡Saludos desde Uruguay!
Me alegro mucho de que te haya gustado. Tienes todas las entradas de mi blog a tu disposición.
EliminarUn saludo desde España :)
Muy triste, lleno de amor pero muy triste.
ResponderEliminarNo concibo que alguien se quite la vida por propia voluntad.
Un abrazo.
Todo tiene su explicación y a veces las apariencias engañan :)
EliminarLo continuaré!
Un abrazo :)
Un relato impactante en cuanto al argumento, Rachel. Es romántico e intenso, nos deja pensando en los motivos que la pareja podía tener para tomar esa decisión :)
ResponderEliminarUn abrazo!
Me alegro de que te haya gustado. No te preocupes porque los motivos los encontrarás cuando ponga la segunda y última parte, justificando este suicidio.
EliminarUn beso :)
Me ha gustado mucho, aunque me parece triste. A ver que explicación le das, aunque algo sospecho ya por los nombres, jeje. Expectante me tienes ; )
ResponderEliminarEste relato es sobre un ejercicio del máster... De una historia que nos dio que teníamos que convertir en relato sobre la muerte del escritor Heinrich. Ya he subido el desenlace :) Espero que te guste.
EliminarUn beso!