sábado, 7 de noviembre de 2015

El último café





  
       Ese día Henriette estaba preciosa, más que nunca. Parecía que se había arreglado con esmero para esos días que íbamos a pasar en aquella posada, en aquellos pinares que rodeaban Postdam. No quedaban ni dos minutos para llegar. Le cogí la mano. Me sonrió y me apretó cariñosamente la mano con la que yo le había reconfortado. Notaba que estaba nerviosa, pero yo estaba aún más nervioso. Iba a notar que me sudaban las manos como continuase así. No podía notar que dudaba de lo que íbamos a hacer en ningún momento, si no ella también se arrepentiría. Ya era hora de que fuésemos realmente felices, sin todo el materialismo que nos rodeaba. Por fin llegamos, nos bajamos del coche y procedimos a entrar en la posada. Era bastante sencilla pero acogedora. Era el lugar perfecto para lo que habíamos planeado. Acompañé a Henriette a su habitación y después entré en la mía. Pedí un escritorio y unas velas y con mi acompañante fui a dar una vuelta. Ya sabía donde tendría lugar la aventura que viviríamos en breve. 


        Volvimos a la posada. Me metí en el cuarto y allí estaban las velas y el escritorio que había pedido antes de salir. Necesitaba pensar en todo. Necesitaba fuerzas para lo que el día siguiente nos tenía preparado. Pedí café. Eran las cuatro de la mañana. No tenía sueño. Los pensamientos se adueñaban de mí.


        “¿Por qué tengo que vivir en un mundo tan materialista? ¿Por qué? No lo entiendo. ¿Ahora dudo sobre mi decisión? No. No. Nunca. Sé perfectamente lo que tengo que hacer. Pero, ¿qué me pasa ahora?”.


        De repente, sonó la puerta y me levanté a abrir. El café estaba buenísimo y aquel escritorio inspiraba a escribir. Puede que de ahí, en menos de lo que canta un gallo, saliese una obra dramática. Al rato miré el reloj, eran las siete. Pedí otro café. El tiempo se me pasaba volando y nunca había estado tan inspirado. Puede que sea porque esta era la última vez que iba a escribir. Aproveché que tenía papel y pluma para escribir a unos amigos. Terminé de escribir y le di la carta al posadero; él ya sabía lo que tenía que hacer con ella.


        Fui a buscar a Henriette. Estaba guapísima, radiante, mucho más que el día anterior. Tenía la idea de ir a dar una vuelta esa misma tarde y se lo conté a mi querida Henriette. Ella creyó que era lo correcto; entonces, cuando nos ofrecieron la comida pedimos algo ligero, así nuestros invitados de por la noche podrían disfrutar de un buen manjar. Pedí amablemente a la señora Stimming que nos llevara a las tres de la tarde un café para cada uno. El café de allí estaba bastante bueno y no podría resistirme a tomar otro más antes de que terminara todo. 


Esa mujer y yo estuvimos dando vueltas por el paisaje. Hacía frío. Cogí la mano de ella: estaba helada. Pero, para nuestro agrado, allí estaban los cafés cuando llegamos a la orilla del lago. Ese delicioso café sabía que iba a ser el último. Mi acompañante pidió a la señora Riebisch que limpiara la taza y se la volviese a traer.


“Esa es nuestra señal. Lo sé. Pero mi pulso tiembla. ¿Por qué? No puedo fallar ahora. ¿Qué piensa Henriette? ¿De verdad querrá hacerlo? Debe ser así. Lo hemos planeado juntos. Pero es tan hermosa… Aunque más hermosa va a ser cuando nos encontremos al otro lado…”.


Mis pensamientos se vieron truncados cuando Henriette puso las pistolas sobre la mesa. Su cara me entristecía. Por un momento sentí que ella no podía disparar así que cogí una de las pistolas.


“Heinrich no debes tener miedo. Aprieta el gatillo. No será nada. Solo son dos disparos. Pero esa cara tan hermosa… Lo siento mucho… Es lo que hablamos…”.


Y el sonido del tiro sonó en mi cabeza. No podía soportar más su ausencia. Necesitaba estar con ella. Le eché valor y apreté el gatillo.


        Si quieres leer la continuación pulsa en: La decisión de Henriette.
 



      *Este texto se basa en un fragmento de: Marcel Brion, La alemania romántica I, (Heinrich von Kleist, Ludwig Tieck), Barcelona, Barral, 1971.

14 comentarios:

  1. Morir por ella? Mucho valor le ha hechado, espero que mereciese la pena

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Todo tiene una explicación. Lo continuaré para darla de alguna manera. Nada es lo que parece.

      Eliminar
  2. Un gusto leer este relato. De un romanticismo mórbido de esos que me gustan...
    Esperaré más textos de este blog entonces. ¡Saludos desde Uruguay!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro mucho de que te haya gustado. Tienes todas las entradas de mi blog a tu disposición.
      Un saludo desde España :)

      Eliminar
  3. Muy triste, lleno de amor pero muy triste.
    No concibo que alguien se quite la vida por propia voluntad.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Todo tiene su explicación y a veces las apariencias engañan :)
      Lo continuaré!
      Un abrazo :)

      Eliminar
  4. Un relato impactante en cuanto al argumento, Rachel. Es romántico e intenso, nos deja pensando en los motivos que la pareja podía tener para tomar esa decisión :)

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro de que te haya gustado. No te preocupes porque los motivos los encontrarás cuando ponga la segunda y última parte, justificando este suicidio.
      Un beso :)

      Eliminar
  5. Me ha gustado mucho, aunque me parece triste. A ver que explicación le das, aunque algo sospecho ya por los nombres, jeje. Expectante me tienes ; )

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Este relato es sobre un ejercicio del máster... De una historia que nos dio que teníamos que convertir en relato sobre la muerte del escritor Heinrich. Ya he subido el desenlace :) Espero que te guste.
      Un beso!

      Eliminar